Tuesday, March 17, 2009

Horas de oficina

La niebla desdibuja el escorzo para instituirlo, con paisaje y todo, como un objeto blanquecino, sin bordes ni espesor. Mirna, la mujer de Gregorio, sonríe bajo la sombra difusa de un paraguas cuyo color para él siempre ha sido de un infranqueable tono entre el rosado y el púrpura, que para Mirna se resume en dos sílabas de agua: lila. Abajo, en la foto, una fecha verídica, impresa accidentalmente, refuta toda relación entre la mañana de primavera en que él, Gregorio, la tomó, y esta otra de niebla e informes por terminar, que llevan días atrasándose.

Todos, o casi todos, en su departamento, dejan sus puertas entreabiertas. Las jerarquías conceden el inefable derecho de los ángulos de apertura. Los más agudos a los cabríos o a quienes son algo de alguien. A los rasos, los más obtusos. Sin embargo, esto de precipitarse en conjeturas por lo de las puertas más, menos abiertas, puede fácilmente acarrear conclusiones falsas. Fulvio, por ejemplo, el empleado más antiguo e influyente de la sección donde Gregorio trabaja, siempre tiene la suya de par en par, como su alma monda y lironda.

De esto de las puertas se ha de inferir entonces que no habrá dudas acerca del trabajo que hay que hacer o fingir que se está haciendo; que nada se hace abiertamente a escondidas; que a todos asisten las tácitas convenciones, sólo que, desde luego, en grados variables. Nada más. A la oficina de Gregorio ahora se escurren las voces no invitadas de sus vecinos. Hablan la lengua de los matrimonios derrelictos; su hijo único asiste a una universidad lejana y no regresará ya sino de visita, cada vez más esporádicamente. La niebla empieza a cortarse, como la leche con dos gotas de vinagre.

2 comments:

  1. Welly welly well! Vaya sorpresa encontrarse en medio del océano esta isla, más hospitalaria que la de Gilligan. Es un lugar que aparece también al fondo de la niebla, pero una vez visto el viajero decide naufragar una y otra vez para volver a tierra, a esa tierra. Nos estaremos viendo.

    Un abrazo.

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  2. Querido Luis,

    Que los náufragos encuentren hospitalidad en esta isla es, quizá, su razón más esencial, la mía. Nos seguimos viendo aquí, a contrapaso y entre volúmenes arrumados.

    Un abrazo

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