Que despertara,
con la nieve con días siendo mengua,
podría achacársele lo mismo
a un topo de luz, buceando en la tiniebla,
que al lánguido rumor del aguacero;
lo mismo al cuervo sagaz que al estropicio
de hombres y humaredas
de hombres y humaredas
(como siempre, demasiado cerca).
Que su vida ya no es sueño
se lo recuerdan, sin demora alguna,
sus propios pasos en la yesca,
la mordida de su largo ayuno,
un arroyo que engorda con la lluvia,
el ulular de las sirenas.
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