Wednesday, February 15, 2012

Noche de concierto



Don Racey Lynch es un hombre listo. Yale promulgó su sabiduría hace varios lustros, y su buena fortuna la refrendó. Él sabe muy bien que nos es dado elegir cosas tan anodinas como un safari con disparos letales y elefantes derrengados, una lancha treinta pies más larga que la del año pasado, y, regadas en el jardín, esculturas de mármol de Carrara. Sabe además que si estuviéramos indecisos siempre nos queda la libertad de elegirlo todo. Ha querido Don Racey Lynch celebrar con la ciudad entera sus amoríos de travesuras universitarias con la entonces Doña-Racey-Lynch-To-Be. Para ello, encargó al maestro William Headlong una 'obra musical seria y de envergadura'. A la magnanimidad de Don Racey Lynch, a su provecto amor por Doña Racey Lynch y al genio de Headlong debemos, pues, el Octet for Brass, un octeto compuesto para tuba (1), trombones (2), cornos (2) y trompetas (3). "Hay algo críptico en la elección y el número de los instrumentos", comentó Charlie Pina, crítico reputado. Por su parte, el populacho ha estado rumoreando que tal elección sugiere un trasfondo de 'implicaciones flatulentas'.

Esta noche fui a la première mundial del Octet for Brass, dirigido por el maestro Ruddy Negroni. El concierto tuvo lugar en el estadio de una ciudad donde beber café es un acto cotidiano de fe, fundado en la arraigada convicción de que el vilo y la virtud son similares: ambos empiezan por ve. Los fanáticos del equipo doméstico de ese estadio son gente que cívica y alegremente canta himnos de paz y armonía ante cada nueva derrota infligida a su equipo (cosa frecuente).

Siguen los apuntes que tomé de la charla post-concierto que dio, a través de los altavoces, el antedicho director.

Primer movimiento. Aquí convergen dos grandes temas, a saber, el primero y el segundo. Headlong los fusiona magistralmente en un ostinato horrísono y sobrecogedor, de notas discordantes.

Segundo movimiento. Solo de tuba, gaseoso, visceral, sostenido, en dicotómico sol-fa menor, asordinado, ma non tanto, de veintitrés segundos, más o menos. Puro tripeo, en resumidas cuentas.

Tercer movimiento. El finale es un apoteósico homenaje a Llévame al juego de pelota. Tutti que recrea la risueña cadencia de una banda escolar. Al reconocerla, todos nos pusimos de pie y coreamos extáticos. Era como si empezara la segunda mitad de un séptimo inning, con el equipo de casa ganando, los visitantes perdiendo, y uno, en casa ajena, yéndoles a los visitantes. A mi lado clamaba vítores estentóreos una prima segunda del secretario privado del yerno de un primo de Racey Lynch. De vuelta a la calma, la dama me informó que Don y Doña Racey Lynch se conocieron en ese estadio de béisbol.

El maestro Negroni dirigió como se debía, meneando los brazos al ritmo de la música. Los músicos tocaron muy bien sentados. Íbamos al cielo, llorando.

Desmentidos quedan, pues, los rumores del populacho.

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