Cada miércoles, antes de salir para el trabajo, Chico Wolfe celebra su mediodía de bolero. A las 12:15 pone un limón entero, un cubo de hielo y media taza de agua en la Oster que heredó de su madrina. La enciende, y nomás ve que el limón empieza a magullarse, y el cubo de hielo a volverse escarcha, la apaga. No deja Chico que la suspensión se asiente por más tiempo del que le toma poner el disco (12:17).
Vaso en mano (el mismo Tupperware, apenas enjuagado, del que bebe su Toddy mañanero), bajo la única ventana del sótano donde vive, y al carraspeo de las frituras del disco de Tony Guédez, que lo acompaña desde hace más de cinco lustros, Chico hace como que ve hacia la calle (12:18): la lluvia orquesta encuentros impensados que pronto se harán furtivos, gracias a tacones que se rompieron y paraguas olvidados junto a una puerta. Violines y trompetas se largan en un preludio histriónico (12:18) tras el cual prorrumpe una voz quejicosa (12:19):
"Ya no quedan amores imposibles…" (12:19)
Chico entonces apura el trago (12:19) y mira hacia afuera como meditabundo.
La ventanita en realidad da a un callejón soleado. A las 12:20, sin falta, llega el camión de la basura.
Excelente, Avilio. No abandones tu blog.
ReplyDeleteasina me parece que la vida es más de pinga por dentro que por fuera
ReplyDeleteGracias, amigos. Acabo de hacerle algunos cambios --leves, no de sustancia--, que espero hayan mejorado el texto.
ReplyDeleteAbrazos.